El de la foto no es babiano, aunque si un poco babieca y dado a «estar en Babia». Los avatares del destino me hicieron recalar en esta comarca, concretamente en el pueblo de La Majúa.
Geógrafo de profesión (más en concreto dedicado a la Cartografía), año tras año me llena de satisfacción perderme por el entorno del pueblo, conocer los nombres de los parajes, saber de las gentes de antaño y su forma de usar el territorio, ... Aparte de esas manías (deformación profesional, sin duda) el monte, como dice mi mujer y sospecho piensan gran parte de los vecinos (para alguno de los cuales me falta un hervor), es mi entorno natural. Allí me en encuentro «en Babia», esto es, «distraído y como ajeno a aquello de que se trata». Es un universo de vacas y yeguas, buitres y rebecos, lagunas y charcas, cascadas y fuentes, puertos y brañas, cumbres y collados, abedules y robles... cada cosa con su nombre, con su historia...
Decía Aristófanes que «allí donde se está bien es la patria». A la vez que he ido conociendo esta tierra y he dejado de ser un viajero apresurado, las Babias y sus gentes, con sus virtudes y sus miserias, se han ido haciendo un hueco en mi corazón. No se puede saber de todo y por eso mi universo es La Majúa, acaso Babia de Suso y a lo mucho las Babias, porque es imposible conocer a fondo, hilvanar todas las historias de un territorio más amplio, porque el universo que a mi me interesa, el de la montaña ayer y hoy, está contenido en este extraño país que empezó interesándome para acabar cautivándome. Podría haber sido otro, pero fue este.